¿QUÉ ES LA INIQUIDAD?

Por: Marco A. Peralta y Correa

Describe la violación del carácter de Dios por parte del hombre. Cuando una persona niega la santa soberanía de Dios por medio de una actitud o hecho, esta persona comete iniquidad.

Del griego anomia, carencia de la ley (a=negativo, sin; nomos=ley) Se usa de una manera que indica que el significado es sin ley o maldad. Se traduce como iniquidad Etimológicamente esta palabra quiere decir “Lo torcido”. Literalmente significa injusticia, la condición de no ser recto.

(Esdras 9.6-7)»y dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo. Desde los días de nuestros padres hasta este día hemos vivido en gran pecado; y por nuestras iniquidades nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes hemos sido entregados en manos de los reyes de las tierras, a espada, a cautiverio, a robo, y a vergüenza que cubre nuestro rostro, como hoy día.»

La oración intercesora y confesión de Esdras es como la Daniel (Dn. 9:1-20) y de Nehemías (Neh. 1:4-11) en que empleó pronombres en plural que lo identificaban con pecado de aquel pueblo, aunque él no había participado en el mismo. El uso de “nosotros”, “nuestro” y “nos” demuestra la comprensión de parte de Esdras de que el pecado de los pocos es suficiente para contaminar a los muchos.  (Biblia de estudio Mac Arthur página 607)

La iniquidad es lo que la Biblia llama el cuerpo de pecado. El cuerpo de pecado se origina en el corazón e invade el alma y el cuerpo, como un lodo que ensucia todo. La iniquidad está ligada al mundo espiritual de las tinieblas y es ahí adonde el diablo engarza los delitos y pecados que vienen de nuestros antepasados.

Así como se pueden transmitir algunas enfermedades de forma genética de padres a hijos, a nietos, bisnietos, etc.  (diabetes, propensión al cáncer, migrañas, hipertensión, obesidad, enfermedades cardíacas, etc.), de esta misma manera  el enemigo puede transmitir la iniquidad en el corazón de las siguientes generaciones. (adulterio, robo, incredulidad, avaricia, libertinaje, alcoholismo, drogadicción, maldad, envidia, pornografía, perversiones, divorcios, etc.)

Esta es la principal puerta que tiene el imperio del diablo sobre la vida del ser humano, creyente o incrédulo.

Es a través de la iniquidad que el maligno va a infectar el corazón del hombre, para poner en él todo tipo de deseos perversos y pecaminosos. A esto se llama concupiscencia (deseo por lo prohibido).

(Romanos 6:12-13) No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.

El apóstol Pablo está dirigiéndose a creyentes de la iglesia en Roma, no a incrédulos. Se refiere a que el cuerpo es aún el único lugar que queda donde  el pecado encuentra vulnerable al creyente. La mente es parte del cuerpo, y puede ser tentada con sus deseos pecaminosos.

La herencia del pecado fue trasmitida en el tiempo de la muerte espiritual, y ahora el recuerdo de la vieja naturaleza puede corromper el alma para que ésta empiece a desear hacer el mal.

En ocasiones será una fuerza irresistible que arrastrará a personas ya convertidas y que desean obedecer a Dios, a cometer pecados abominables.

(Santiago 1.14-15) «Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.»

Santiago también se está refiriendo a creyentes, no a incrédulos. Se refiere a los deseos pecaminosos que brotan del alma humana para disfrutar o adquirir algo que satisfaga a la carne, y que muchas veces están relacionados esos deseos con la herencia de iniquidad que se guarda del recuerdo de la vieja naturaleza.

La naturaleza caída del hombre tiene la propensión fuerte a desear cualquier pecado que en el pasado le dejaba satisfecho.

de su propia concupiscencia…

Su propia” describe la naturaleza individual de la lujuria porque es diferente para cada persona como resultado de tendencias heredadas, el ambiente, la crianza y las preferencias personales. (Biblia de estudio Mac Arthur, página 1780)

Debido a que la iniquidad se opone a la justicia divina, por estar torcida de ella, esto va a ocasionar un continuo choque con la rectitud de Dios.

La iniquidad se opone con la voluntad y justicia de Dios. Donde hay caminos torcidos va a haber una continua acción divina tratando de alinear a la persona con Él. Lo cual se manifiesta en juicios, pruebas, tribulaciones, desiertos, etc. Cuando el Señor le dio las leyes a Moisés, Él lo dijo con claridad:

(Éxodo 20.5) «No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen»

Moisés había dejado claro que los hijos no eran castigados por los pecados de los padres (Dt.24:16; Ez. 18:19-32) pero los hijos sentirían los efectos de las violaciones de la ley de Dios por parte de la generación de sus padres como una consecuencia natural de la desobediencia  de su odio a Dios. (Biblia de estudio Mac Arthur página 117-118).

Los hijos criados en un ambiente de desobediencia a Dios se impregnan de esas costumbres pecaminosas y terminarán practicándolas, y pasarán su desobediencia a Dios a las siguientes generaciones. El efecto de una generación desobediente es plantar la iniquidad de forma tan arraigada que se precisará de varias generaciones para desarraigarla.

Como consecuencias de la desobedeciencia Dios le dio indicaciones a Moisés para el pueblo de lo que sucededería si ellos desobedecían.

(Levítico 26:39-40) Y los que queden de vosotros decaerán en las tierras de vuestros enemigos por su iniquidad; y por la iniquidad de sus padres decaerán con ellos. Y confesarán su iniquidad, y la iniquidad de sus padres, por su prevaricación con que prevaricaron contra mí; y también porque anduvieron conmigo en oposición. yo también habré andado en contra de ellos, y los habré hecho entrar en la tierra de sus enemigos; y entonces se humillará su corazón incircunciso, y reconocerán su pecado.

La iniquidad es como en el principio una naturaleza pecaminosa heredada de Adán. Todos los seres humanos hemos recibido una naturaleza corrupta y pecaminosa de Adán. Él transmite realmente una naturaleza corrupta a la raza humana, la contaminación o corrupcción de Adán se transmite a todo el género humano de forma natural.

La Palabra nos muestra que por medio del sacrificio de nuestro Señor Jesucristo el hombre natural puede al recibir de la gracia de Dios poder ser transformado y vestirse del nuevo hombre, o sea tener una nueva naturaleza. El nuevo hombre es la naturaleza regenerada, unida con Cristo, que sustituye al viejo hombre. Deja de ser el viejo hombre. El hombre no regenerado en Adán ha desaparecido para siempre. El nuevo hombre en Cristo es realidad. Pero como no se ha producido la glorificación del cuerpo, los cristianos siguen luchando con su carne, con los recuerdos de esa línea de iniquidad que estuvieron presentes durante su vieja naturaleza y por eso siguen luchando contra la carne, los creyentes deben dejar de lado continuamente los deseos carnales. Tienen que andar en el poder del Espíritu Santo de manera de no satisfacer los deseos de la carne.

(Gálatas 5:19-21) Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías,envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.

El pecado es tan solo el fruto de la iniquidad, es la parte superficial y visible de algo que está profundamente arraigado en el ser humano.

El pecado es tan solo las ramas, lo exterior de un gran árbol que viene creciendo y robusteciéndose de generación en generación.

La iniquidad es la verdadera raíz de donde surge todo el mal en nosotros y es ahí donde debemos echar el hacha.

Aunque Jesús conquistó a la muerte en la cruz, la derrota final del pecado espera en el futuro.

La gran mayoría de los creyentes confiesan sus pecados a Dios, pero jamás le han pedido que borre sus iniquidades. Se justifican con un manto de religiosidad para evitar ver sus pecados secretos o encubiertos, utilizan muchas veces la “suficiencia de la Palabra” para disfrazar sus iniquidades, y desafortunadamente son piedra de tropiezo a otros que si quieren crecer y buscar la santidad, dejando atrás todo estorbo para que Dios concrete Su obra en ellos.

Por esta causa siguen padeciendo las consecuencias de terribles pecados que los llevan a sufrir por pruebas que envía el Señor para quitar el pecado de sus vidas y tienen que pasar por maldiciones financieras, de enfermedades, destrucción familiar, divorcios, accidentes y tragedias que no deberían ocurrir estando bajo la protección de un Dios que es Todopoderoso.

Entendemos que los creyentes tendremos que pasar por pruebas, pues es una manera de comprobar si realmente somos creyentes, la forma como respondemos ante ellas demostrarán nuestra fidelidad al Señor. Pero, muchas veces, el Señor busca que la misma línea de iniquidad que tanto nos ha dañado, pueda sea vista por medio de las pruebas  y de esta manera, confesada por nosotros ante Él.

(Santiago 5:16) Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.

¿Cómo podemos confesar lo que no sabemos o conocemos? Solamente por medio de la humildad y honestidad para poder abrir nuestros corazones. Por eso dice el salmista:

(Salmo 139:23-24) Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos;  ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.

¿De qué nos tiene que examinar el Señor? La misma Palabra dice que nuestro corazón es engañoso. Por eso muchas veces, la iniquidad está adentro y nosotros mismos la tratamos de encubrir.

 (2 Timoteo 2.19) «Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.»

El sacrificio de nuestro Señor Jesucristo nos ha capacitado para que el poder del pecado no siga siendo nuestro amo. Eso significa que no podemos ser vencidos por las fuerzas del infierno. Cuando el apóstol Pablo señala el imperativo “Apartense de iniquidad” a todo el que se dice cristiano. Es también un mandato para no seguir con el engaño y la mentira, y poder enfrentarnos a nuestro orgullo para ver todo lo que nos estorba para hacer la perfecta voluntad de nuestro Señor para poder ser guiados por el Espíritu Santo a la búsqueda total de la santidad.

Hoy el concepto de iniquidad ha perdido su verdadero significado por los valores vacilantes de la religiosidad y la filosofía humanista. Ciertas posiciones teológicas han minimizado la extensión y la influencia de la pecaminosidad y de la depravación del hombre. Una posición débil acerca de la iniquidad lleva directamente a un punto de vista débil acerca del Salvador, lo que resulta en un evangelio falso.

La iniquidad en verdad inflige marcas muy profundas. Pero estas no son indelebles. La sangre de Cristo es capaz de limpiarlas

(Tito 2:14) quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.

Redimir significa poner en libertad a un cautivo. ¿De qué estábamos cautivos? De toda iniquidad. Dios desea purificarnos totalmente, ya es tiempo que seamos responsables como sus hijos para no seguir engañándonos y viviendo bajo la comodidad de no revisar nuestras iniquidades.

Seamos valientes y esforzados para glorificar a nuestro Salvador.