Definición de orgullo: Opinión demasiado buena que tiene uno de sí mismo
Antídoto: Humildad, modestia.
El orgullo conduce a la tendencia que tenemos de justificar todos nuestros actos. Es la causa principal de la mayor parte de las dificultades humanas.
El orgullo es el mayor obstáculo que pone el enemigo en nuestras vidas.
Desde el comienzo, el orgullo fue el causante de la caída de Lucifer, quien era un ángel creado por Dios y que el orgullo lo llevó a desafiar a Dios.
(Isaías 14:13-14) Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.
El orgullo también fue lo que ocasionó la caída del hombre y que entrara la muerte espiritual y el pecado. Eva fue engañada por Satanás y comió del fruto prohibido creyendo en la mentira del diablo disfrazado de serpiente.
(Génesis 3:4-5) Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien el mal.
Las promesas del diablo siempre prometen grandes beneficios, y él generalmente tienta por medio del orgullo, pues sabe que el ser humano tiene esa gran debilidad por causa de la caída.
El orgullo nos induce a imponernos a nosotros mismos, y a los demás, exigencias que no se pueden cumplir sin pervertir o hacer mal uso de nuestras necesidades básicas.
Cuando la satisfacción de nuestros deseos se convierte en el único objetivo de nuestras vidas, el orgullo hace acto de presencia para satisfacer nuestros excesos.
El orgullo está en el fondo de la mayoría de los problemas del hombre.
El orgullo hace que una persona fácilmente se ofenda y se sienta herida cuando no se le trata como ella merece, El orgullo es el deseo de estar a la cabeza, de ser incomparable, único y pasar sobre otros para obtener lo deseado.
Uno de los mejores ejemplos es la vida de Salomón. Dios le dio mucha sabiduría, pero el orgullo lo perdió. No fue sabio para ser humilde.
(Eclesiastés. 1:16) Hablé yo en mi corazón, diciendo: He aquí yo me he engrandecido, y he crecido en sabiduría sobre todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; y mi corazón ha percibido mucha sabiduría y ciencia.
El orgullo hace que el hombre trate de aparentar ser lo que “no” es.
El orgullo consume emocionalmente, pues al tratar de aparentar lo que no es, provoca mucha tensión.
El orgullo nos hace tener una alta opinión de nosotros mismos y ver como inferiores a los demás.
El orgullo es pretencioso y cree tener todas las respuestas. No deja escuchar.
El orgullo puede estar en el fondo de la timidez o de la vergüenza.
El orgullo es la raíz de ciertos temores, el orgullo busca lo suyo propio y anhela la alabanza de los hombres
(Juan 5:44) ¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?
El orgullo lucha por tener un gran nombre, título propio y gran popularidad. Tenemos como ejemplo al rey de Babilonia, a Nabucodonosor:
(Daniel 3:1) El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos, y su anchura de seis codos; la levantó en el campo de Dura, en la provincia de Babilonia.
La estatua que el rey hizo en su arrogancia, era una representación de sí mismo como una expresión de su grandeza, y con ella quería demostrar que él era el más grande de todos los reinos. Esto estableció el culto y adoración a Nabucodonosor y la nación bajo su poder.
El orgullo del rey lo llevó a pagar consecuencias extremas, terminó en una terrible locura que le hacía creer que era una bestia.
(Daniel 4:28-33)Todo esto vino sobre el rey Nabucodonosor. Al cabo de doce meses, paseando en el palacio real de Babilonia, habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?
Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere. En la misma hora se cumplió la palabra sobre Nabucodonosor, y fue echado de entre los hombres; y comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de las aves.
El rey recibió el castigo por su arrogancia. La gracia de Dios después de siete años le permitió arrepentirse y alzar sus ojos al cielo pidiendo clemencia y la razón le fue devuelta y bendijo a Dios, alabando y glorificando al Señor, y reconociendo que Él es el único capaz y merecedor de adoración.
Estos ejemplos nos enseñan que el orgullo ama la publicidad y desea ser el centro de atención. Al orgullo le preocupa más la opinión de los demás que la opinión de Dios.
El orgullo utiliza retóricas y palabras elevadas que la gente ordinaria desconoce.
Muchos predicadores desean ser admirados y reconocidos por su gran sapiencia, y lo único que demuestran es su gran vanidad.
A muchos cristianos con gran potencial, el orgullo los ha llevado a perderse por su disposición violenta. Teniendo arranques de cólera debido al ego sensible.
La Palabra enseña que el hombre prudente y verdaderamente cristiano tiene control de sus emociones, pues el Espíritu Santo lo conduce a la humildad.
(Proverbios 19:11) La cordura del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa.
El orgullo se resiente ante la corrección o la sugerencia. La persona orgulloso no acepta la corrección, pues se cree infalible y perfecto. No cree que pueda equivocarse o tener errores.
El orgullo impide pedir perdón, o decir “Lo siento”. El orgullo justifica los errores y equivocaciones para proteger al “yo”.
El orgullo no olvida una ofensa. El orgullo demanda una disculpa y vindicación.
Cuando alguien se atreve a confrontarles mostrándoles sus errores,
inmediatamente se ponen a la defensiva, pues el orgullo los hace creer que no pueden fallar.
Cuando David mató al gigante Goliat, y después venció a los enemigos de Israel las mujeres cantaban y danzaban para recibir al rey Saúl:
(1 Samuel 18:7-9) Y cantaban las mujeres que danzaban, y decían: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles. Y se enojó Saúl en gran manera, y le desagradó este dicho, y dijo: A David dieron diez miles, y a mí miles; no le falta más que el reino. Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David.
El orgullo condujo a los celos y mala disposición de Saúl contra David, y provocaron el penoso descenso y final eliminación de Saúl como rey de Israel.
El orgullo es la fuente de rebelión, desafío y venganza.
El orgullo es independiente e insensible. La Palabra de Dios nos alerta para que cualquiera que crea que está firme, el orgullo no lo derribe.
(1 Corintios 10:12) Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.
Las personas orgullosas al comienzo se sienten poderosas y capaces para someter a los demás, pero al final terminarán abatidos.
(Proverbios 18:12) Antes del quebrantamiento se eleva el corazón del hombre, y antes de la honra es el abatimiento.
El orgullo hace al hombre complicado, pues menosprecian el consejo de otros, mientras que los humildes lo aceptan.
(Proverbios 13:10) Ciertamente la soberbia concebirá contienda; Mas con los avisados está la sabiduría.
El orgullo hace que la gente endurezca su corazón. Dios dio muchas oportunidades a Faraón para que se arrepintiera y dejara salir a su pueblo, sin embargo el orgullo del Faraón fue más fuerte.
(Éxodo 8:15) Pero viendo Faraón que le habían dado reposo, endureció su corazón y no los escuchó, como Jehová lo había dicho.
Muchas personas son como Faraón, Dios les habla por muchos medios, y el orgullo no les permite ceder ante el Señor.
El orgullo trae engaño. El hombre es consciente de la existencia, el poder y la naturaleza del Creador, al momento de ver su creación y por su revelación general.
Pero a pesar de lo que ven con sus propios ojos, el orgullo les ciega para no reconocer la grandeza de Dios.
(Romanos 1:21) Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.
El orgullo hace que la gente no se pueda llevar bien con los demás. Siempre ven cosas que les impiden congeniar. El orgullo es la razón principal de las discusiones y debates.
El orgullo es la razón de la desunión. La ambición egoísta es lo que provoca divisiones, rivalidades, sectarismo. Es el orgullo que lleva a las personas a coaccionar y hacer las cosas a su manera.
(Filipenses 2:3-4) Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad,
estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.
La necedad de la presunción y el engreimiento es la vanagloria. Es la búsqueda activa de la gloria personal que es el motivo de la ambición egoísta que provocan las contiendas.
El orgullo es la raíz de la vanidad, de la jactancia y de fanfarronear
(Jeremías 9:23-24) Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová.
- El orgullo resiste la Palabra de Dios. Destruye el discernimiento
- El orgullo trae el pecado de la presunción
- El orgullo es lo opuesto al amor, el orgullo lleva al egoísmo.
- El orgullo es un enemigo de Dios, pues resiste a Dios.
- El orgullo no nos permite trascender el pecado y vencer la tentación.
- El orgullo es uno de los pecados más comunes y es el punto de arranque de muchos conflictos espirituales.
La Biblia nos enseña que el sistema del mundo opera bajo el principio del orgullo.
(1 Juan 2:16). Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de
los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.
El orgullo encabeza la lista de pecados porque es la raíz de todo pecado y de todo mal. El orgullo es esa actitud del corazón humano que quiere determinar la dirección de su vida con total exclusión de Dios. Por eso, el orgullo se encuentra en el corazón mismo de la maldad y el engaño.
Al ser el orgullo la cabeza, este tiene una raíz llamada soberbia y así mismo dará frutos. Veamos cuáles son algunos de los frutos que da:
El perfeccionismo. El perfeccionista es una persona que establece normas o metas para sí misma, que son superiores a los requerimientos y expectativas normales. Esto lo lleva a desarrollar una conducta formal por la falta de amor, la indiferencia a las necesidades de otros, a juzgar con demasiada rapidez a los demás, a tener falta de sensibilidad, usar palabras crueles y mordaces. El resultado de todo esto es una actitud hostil hacia otros y hacia sí mismo. El perfeccionista generalmente se muestra con un carácter muy severo, un espíritu demasiado crítico, y falta de perdón.
En cuanto a su relación con Dios, el perfeccionista mira a Dios como un perfeccionista. La relación con Dios se basa en logros y metas altas. La aceptación divina depende de las obras. El perfeccionista genera muchas obras, pero no tiene una buena relación con Dios.
El espíritu competitivo, que es una lucha constante por sobresalir (ser el primero, el mejor, el campeón), para recibir reconocimiento y aceptación. El espíritu competitivo resulta en una persona egoísta, voluntariosa, activista, ambiciosa, envidiosa y que permanentemente se exalta a sí misma. Los resultados de la competencia son la enemistad con otras personas.
(Gálatas 5:26) No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.
El orgullo conduce a compararse constantemente con los demás.
(2 Corintios 10:12) Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos.
El descontento con la vida y con los logros alcanzados en el pasado, celos, envidia, e insatisfacción. Quien es dominado por un espíritu competitivo es quien está en competencia con otros seres humanos, y por lo tanto, también está en competencia con Dios mismo, piensa que sabe más que Él, que puede ser más que Él, y esto produce una actitud que absorbe toda la vida y no le permite al individuo funcionar conforme al propósito de Dios y bajo el señorío de Cristo.
La falta de perdón, que es la incapacidad de perdonar a aquellas personas que nos han hecho mal, o nos han herido. Es la actitud de no dar el brazo a torcer bajo ninguna circunstancia o la incapacidad de pedir perdón cuando se ha ofendido a alguien. La falta de perdón hace de la persona alguien amargado, quisquilloso, iracundo e inestable. Los resultados de la falta de perdón son, por un lado, la culpabilidad y la condenación, ya que la persona no puede soltar a otros y Dios no puede perdonarla.
Ellos mismos no se pueden perdonar a sí mismos por errores del pasado. Por otro lado, la falta de perdón resulta en ceguera y engaño, ya que la persona no puede verse como realmente es, y no puede ver a los demás como realmente son.
El resultado, como hemos visto, es la amargura y el odio, porque la persona no puede salir del círculo vicioso que produce el odio hacia los demás y que genera un estado de profundo resentimiento. Alguien así, no puede ser más que el que lleva a un sentido falso de justicia que, a su vez, conduce a un permanente reclamo de retribución en lugar de perdón.
La incredulidad, que es la incapacidad de creer y de confiar en Dios. El orgullo se caracteriza por la independencia y la autosuficiencia. Para poder creer, el individuo tiene que reconocer que tiene una necesidad, una carencia, una limitación. La incredulidad afirma la independencia y la autonomía de la persona, de manera que el individuo no necesite de nada ni de nadie. No hay lugar para Dios en la vida del orgulloso. Los resultados de esto son obvios. La incredulidad es lo opuesto a la fe. Como expresión de orgullo, la incredulidad busca la gloria humana, mientras que la fe desea la gloria de Dios. El orgullo hace que sea imposible que la persona confíe en Dios, mientras persiste en la búsqueda de la gloria humana
(Juan 5:44) ¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?
La forma de creer en Dios del incrédulo es contradictoria, ya que quiere las bendiciones de Dios, pero no por medio de la fe. Entonces, lucha contra Dios, y lo hace a veces usando los principios de la fe, pero no para buscar la voluntad de Dios para su vida, sino para obtener beneficios personales.
La fe verdadera siempre está asociada con la humildad, porque ésta prepara al alma para la confianza.
(Salmo 34:2) En Jehová se gloriará mi alma; Lo oirán los mansos, y se alegrarán.
La jactancia en uno mismo es un pecado muy grande, pues solo Dios merece la gloria y debe ser el único objetivo del creyente verdadero.
¿Cómo podemos ser libres del orgullo?
Vamos a considerar cinco pasos claves para poder ser libres del orgullo:
- Es necesario pedir a Dios que nos muestre con claridad nuestro orgullo.
- Es necesario
- Es necesario arrepentirse.
- Es necesario deshacerse de los engaños del engaño.
- Es necesario pasar del orgullo al amor y a la humildad.
- Es necesario humillarse ante Dios.
- Es necesario luchar en contra del orgullo cada día.